Cuaderno poético


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A mi abuelo Curro


En primavera, cuando nace el calor
y se trabaja la huerta,
aquella tierra cultivada con tu sudor
y tus pensamientos de hombre bueno,
de melancólico matemático constante,
de siempre tres y seis.
En primavera, una mañana alegre
como aquellas de paisaje aprehendido
desde tu mirada perdida,
desde tu sabiduría de niño sin infancia
y desde en tantas cosas nuestras
que en las inevitables e imprescindibles
tardes tristes como esta 
puedo escuchar, siempre atenta,
entre el membrillo y el laurel de tu huerta.

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I
Vaciedad y desencanto
mezcla perfecta 
para la autodestrucción


II
Psicóticamente ordenado
mi apartamento
refleja sin piedad
el estado de mi alma.


III
Me atormenta de nuevo
se ríe en el espejo
este claro domingo 
despreocupado de paseo

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Aquellos libros
aquella plaza
aquel café de las cinco
Steiner
los poemas.
Siempre espero
el otoño

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Llegamos juntas
aún hoy estoy esperándote
 repetidamente te busco
entre el marfil y el cuerno  
de estas innevitables puertas.
El espacio y el tiempo
son impíos compañeros.

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Solías decirme que no pasaba nada,
que no había mal que no curase nuestra tarde de sol,
y yo me colgaba de tu pelo y me subía arriba,
a nuestra casa de sueños.

Solías decirme que no pasaba nada,
que no había distancia que no curase nuestra calma,
y yo me colgaba de tu pelo y me subía arriba,
a mi casa de sueños.

Solías decirme que no pasaba nada,
que si no había una tarde de sol, ni había calma
ni una casa de sueños,
que me colgase de tu pelo y subiese arriba.


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Junio muere como esta tarde
su luz de diferentes rojos
va dejando las desigualdades
a la oscuridad finita
solo el privilegio de la altura
comprende el espectáculo
de la diversidad geométrica.


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Una sombra
cualquier día volvería
con las mismos manos
que levantaron aquella tierra
un día como aquel
de inmenso horizonte rojo
las sombras se harían paisaje
y el paisaje historia.

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