sábado, 25 de junio de 2011

Justicia editorial con Javier Egea

Por fin se publica la poesía completa de Javier Egea (Poesía completa. Volumen 1, Bartleby Editores, Madrid, 2011), lo pude leer el sábado pasado en el Diario Córdoba, donde se insistía en dos ideas fundamentales: su injusto olvido y la calidad de su poesía.

Ya en 2002 Pedro Ruiz Pérez publicó una antología de la obra de Egea que acertadamente tituló Contra la soledad, parte del verso final de uno de sus poemas imprescindibles ("Poética") que traslada la idea de la poesía como compañera de la vida, reveladora de la misma y, por tanto, transformadora de la realidad, una idea que trasciende el poema más allá del puro manifiesto de la poesía de la experiencia o la otra sentimentalidad.

Cuando habitualmente escucho "la poesía no me gusta", siempre pienso -y explico- que el problema es otro: cómo leer poesía, qué autores escoger, cómo circular en este mundo tan caótico. Pues bien, Egea es uno de los guías, cuando uno lee a Egea, quiere seguir leyendo poesía.

Algunos de sus poemas más conocidos:

"Noche canalla"

Yo no sé si la quise pero andaba conmigo,
me guiaba su risa por la ciudad tan gris.
Ella tenía en su boca colinas de Ketama
y el cielo de sus ojos me pintaba de añil.

Yo vi tantas estrellas como ella puso siempre
en aquel cielo raso como un paño de tul.
Ella llevaba el pelo como la Janis Joplin
y los labios morados como el Parfait- Amour.

La he perdido en un bosque de jeringas brillantes
por donde nos decían que se llegaba al mar;
se fue sobre un caballo de hermosos ojos negros,
por más que yo me muera no la podré olvidar.

Bajo el cielo ceniza me conducen mis piernas.
Esta noche no tengo ni esperanza ni amor.
Sólo queda el calor de mi pobre navaja.
Hoy me he visto la cara de un retrato-robot.

A pesar de sus ojos ha salido a la calle,
a pesar de sus ojos me ha tocado vivir.
En un barrio de muertos me trajeron al mundo.
Esta noche canalla no respondo de mí.



"Poética"
A Aurora de Albornoz

Más se fue desnudando. Y yo le sonreía.
Juan Ramón Jiménez

Vino primero frívola -yo niño con ojeras-
y nos puso en los dedos un sueño de esperanza
o alguna perversión: sus velos y su danza
le ceñían las sílabas, los ritmos, las caderas.

Mas quisimos su cuerpo sobre las escombreras
porque también manchase su cuerpo en la tardanza
de luz y libertad: esa tierna venganza
de llevarla por las calles y lunas prisioneras.

Luego nos visitaba con extraños abrigos,
mas se fue desnudando, y yo le sonreía
con la sonrisa nueva de la complicidad.

Porque a pesar de todo nos hicimos amigos,
y me mantengo firme gracias a ti, poesía,
pequeño pueblo en armas contra la soledad.



Sin título:

Tan de repente, amor, como la misma brisa,
te vienes y me enredas con el lacio cabello;
tan de repente, amor, tan clara, que me estrello
contra el alegre espejo de tu risa.

Que no hay nada más bello que verte la sonrisa
bordada sobre el rostro como un etéreo sello
y más abajo, amor, el delicado cuello
cubierto de ese pelo nocturno que se alisa.

Porque es hermoso, amor, cuando se llora en verso,
anudarse a tu risa, desnudarse de penas
y amordazar la herida con un manto de estrellas.

Porque es hermoso, amor, cuando es el tiempo adverso
y ya triste luna se ovilla en las arenas,
perseguir en el viento la risa de tus huellas.



"Epigrama"
¿Que cómo la enamoré?
-No podrán con nosotros, le dije.
Y seguí mi paseo solitario.

"Sobre el papel"

Quizá te extrañe
-aunque sea coherente para mí-
esta forma de hacerte llegar mis pensamientos,
estas palabras torpes escritas al tirón,
en vez de aquella charla que debimos tener
de tú a tú, entre gentes que debieran quererse.

Pero cuando tú estás, cuando estás frente a mí,
no consigo saber articular
esas piezas extrañas y sin embargo nuestras,
ese puzzle de vasta soledad donde vivimos.

Después de varios años
durante los que fuiste el mapa señalado,
el pequeño horizonte, el cuerpo en llamaradas,
la diminuta y bella revolución
o acaso el sueño que me hizo avanzar,
es cansado y difícil
soportar la consciencia de que nunca se llega.

Es posible que pienses
que quizá con el tiempo te pude idealizar
-nadie está libre de él: el insconsciente ese
de clase tanto tiempo dominadora y sola-,
pero debes saber que ahora no es así,
ahora ya sé quién eres:
una enorme mujer
con los mismos problemas que yo, que él, que todos.

Ahora ya no me lleva hacia ti
ningún aire de posesión o cosa semejante
sino un hermoso amor,
un infinito y desdichado amor.

Ahora quiero que sepas -aunque sea por escrito-
que ya sólo pretendo desde cualquier distancia
que te sientas más libre de cárcel o de abrazo
y me cuentes a veces -si es posible-
algo de ti.

Sé que la soledad
no se agota en tus labios ni en los míos
y que la vida es dura,
trágicamente seria.

Sé que no llegaremos donde tú y yo soñamos,
que la muerte nos une y sin embargo
ahí está el camino:
hermoso y miserable como un torso desnudo,
como un largo relato de amor y de explotación.

Hay que avanzar, hay que avanzar.

Pero es necesario
sentir un cuerpo aquí junto al costado.

Ya sé por qué razón
yo quise siempre, siempre, trabajar junto a ti.

Con mi mejor amor, Javier Egea.



Fuente: Pedro Ruiz Pérez, Contra la soledad, DVD, Barcelona, 2002.

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