lunes, 22 de agosto de 2011

Reseña crítica "Las representaciones teatrales locales. La obra dramática de Francisco Benítez: Belalcázar. El halcón y la columna"

LAS REPRESENTACIONES TEATRALES LOCALES. LA OBRA DRAMÁTICA DE FRANCISCO BENÍTEZ: BELALCÁZAR. EL HALCÓN Y LA COLUMNA

En la presentación de la última obra de Francisco Benítez, Belalcázar. El Halcón y la Columna (Ayuntamiento de Belalcázar-Diputación de Córdoba, Ediciones Duque, 2003), el alcalde de la localidad que da título a la misma, Vicente Torrico Gómez, resaltaba el carácter localista de esta pieza teatral con emotivas declaraciones, al tiempo que dejaba claro que el objetivo de la edición de la obra es, junto con la difusión de la historia de Belalcázar, que el pueblo disfrute con la participación en su representación. Por tanto, nos situamos ante una obra de encargo, “pensada y escrita” con la finalidad mencionada.

En contra de lo que pudiera parecer a causa de las connotaciones negativas que implica el término “localista”, esta actitud es positiva y aconsejable. Tenemos que perder el miedo al localismo, una declaración de este tipo nunca va a contravenir la valía de una obra desde una perspectiva literaria amplia, ya que cuando una obra es buena, lo de menos es el cauce desde el que se haya difundido. En este caso, debemos a las Delegaciones de Cultura del Ayuntamiento de Belalcázar y de la Diputación de Córdoba, junto a Ediciones Duque, esta nueva iniciativa en el contexto de las representaciones teatrales locales.

De todos modos, a Francisco Benítez no le hace falta ningún tipo de apariencia porque cuenta con una larga y conocida carrera artística. Entre sus obras estrenadas se encuentran La víspera (Barcelona), Los invitados (Granada), Farsa inmortal del Anís Machaquito, El Rosario de la aurora y Melodrama verídico de Burri de Carga (Madrid); entre las publicadas, Los invitados (Escélicer), Farsa inmortal del Anís Machaquito (La Avispa), Melodrama verídico de Burri de Carga (La Avispa) y Joaquín Muñoz en casa de las máscaras (La Avispa); y entre las no estrenadas, Mercedes, Morte Rossa, Platavieja, Alumbaramiento súbito y mágico del infante del amor trenzado o La Pava, La Sagrada Familia, Fuensanta o Los viejos y Mamá trompeta. Además, recibió en 1992 la Beca Ayuda a la Creación del CAT.

Por tanto, la primera cuestión que nos suscita la lectura de esta obra, y una de las más importantes, es la trascendencia de una obra de este tipo fuera del contexto que la genera. Para resolverla, en el caso de Francisco Benítez, contamos con un antecedente que avala la importancia de este tipo de dramas: La vaquera de la Finojosa.

En 1998, coincidiendo con el VI Centenario del nacimiento del Marques de Santillana, se representó por primera vez esta obra en Hinojosa del Duque. En ella, se recrea la estancia histórica de don Iñigo López de Mendoza en la villa aproximadamente en 1432 y su enamoramiento de una vaquera. De hecho, existe una carta manuscrita del Marqués dirigida al Conde de Torres Bermejas, en la que se cuenta lo ocurrido entre el poeta y la vaquera, con fecha de 1438. Y a ello se debe, con toda seguridad, la serranilla que comienza “Moça tan fermosa non vi en la frontera como una vaquera de la Finojosa”, así como la alusión a tal personaje femenino en tres de sus serranillas. El éxito de esta representación, manifiesto no sólo en el público, sino en la crítica -que llegó a galardonarlo con el “Premio Internacional Munde Teatre”- llevó, tras una segunda representación al año siguiente, al Ayuntamiento de Hinojosa del Duque a establecer el carácter bianual de dicha puesta en escena.

Coincidiendo con Belalcázar, se trata de un espectáculo de inspiración medieval y, de acuerdo a sus mismas posibilidades escénicas, se representa en la Plaza de la Catedral de la localidad con la participación de unos ciento cincuenta vecinos –unos cuarenta y cuatro en el caso de Belalcázar- repartidos en una variada tipología de personajes (pastores, aldeanos, serranas y otras capas sociales) y en una rica ambientación escénica, en la que no faltan los animales propios de un ambiente rural, como caballos, vacas u ovejas.

Volviendo la vista al teatro nacional del siglo XVII, encontramos concomitancias con comedias nuevas como, por ejemplo, Fuenteovejuna de Lope de Vega. Así, desde el mismo título que alude a una localidad concreta, se observan algunos rasgos textuales, como la presencia de un componente histórico argumental, rasgo que se asocia a toda una serie de obras que tienen como base una historia y, concretamente, a las relacionadas con el papel del rey, el noble y el villano en sus relaciones socio-políticas, como El mejor alcalde, el rey, Fuenteovejuna o Peribáñez y el comendador de Ocaña de Lope de Vega, en las que el conflicto gira en torno a un personaje que detenta injustamente su poder, desencadenando una sublevación personal o popular, con la diferencia de que en ésta la resolución no queda en manos del rey-juez, sino de otros personajes. Asimismo, hay similitudes también con la temática histórico-legendaria de obras como El caballero de Olmedo, especialmente en la voz que incorporan el coro de mancebas.

Otro rasgo común es el componente lírico propio de las comedias nuevas, en relación con el cual es de gran interés la introducción de los romances y las canciones populares, fundamentalmente por parte del coro de mozas, como, por ejemplo, la última que cierra la obra y que dialoga con otra anterior sobre la boda de doña Elvira y don Alfonso; También destaca la solemnidad de los alejandrinos del coro de mancebas, que tiene una funcionalidad de premonición, en consonancia con la tragedia griega. Y aunque no es lo habitual, en algunos momentos este componente lírico procede de personajes, como el romance de don Álvaro antes de irse a la guerra o el diálogo ficticio entre Leonor y su difunto marido, Guzmán. A pesar de la cierta similitud, las diferencias son notables, ya que hay un componente de prosa mayor, si bien disimulado muchas veces por la tipografía. Entre otros rasgos y recursos, encontramos algunas técnicas como el aparte que nos recuerdan a esta comedia del siglo de Oro.

No obstante, nos interesan ahora más las similitudes de la obra con respecto a algunos rasgos dramáticos del teatro áureo, como es la puesta en escena. En primer lugar, requiere bastantes personajes, al menos cuarenta y cuatro, con la posibilidad de que los no protagonistas hagan más de un papel, ya que muchos son meros figurantes. Y en segundo lugar, la posibilidad de la representación al aire libre en la plaza del pueblo. De este modo, se podría contextualizar dentro de un paradigma de obras cuya estructura dramática para la representación permite la implicación de una colectividad y, en consecuencia, una variada puesta en escena, como es el caso de Fuenteovejuna.

Desde el punto de vista genérico, la podemos considerar una tragicomedia, ya que, aunque presenta el riesgo trágico e implica afectivamente a los espectadores, e incluso se produce la catarsis final, además de la función apuntada del coro de las Mancebas, presenta una relativa comicidad perfectamente aislada del conflicto dramático y una figura en la que, si bien tímidamente, recae la gracia por su carácter de “atolondrada”, que es doña Piedad. Además, hay situaciones dramáticas de cierto tinte cómico como las que giran en torno a la columna y la ironía de Leonor.

Pero, a pesar de estas similitudes, la agilidad de los diálogos o la modernización muy acertada de ciertos términos -pero el conservadurismo necesario de otros- con los que contribuye al acercamiento de la época al lector/espectador moderno, de manera que se recrea el ambiente medieval, pero sin olvidar su proyección actual y nos sitúa ante una obra plenamente contemporánea, ajena a un patrón concreto.

En cuanto a la trama y los motivos temáticos, la obra gira en torno a la vida de la familia noble de los Alcántara, cuyo último miembro generacional de la misma llega a ser conde de Belalcázar. Por tanto, de un lado, la obra nos sitúa en las intrigas cortesanas y las revueltas de los nobles de una Castilla de guerras, alianzas y traiciones, de la época turbulenta que fueron los reinados de Juan II y el rey Enrique, y que termina con los Reyes Católicos y la Reconquista, acontecimiento histórico que cierra la obra; pero, de otro, al margen de este contexto histórico, la obra narra la vida cotidiana de unos personajes con unos sentimientos y unas preocupaciones concretas, ficticias y recreadas. No nos encontramos, pues, ante una obra histórica porque -como dice el propio autor en una nota prelimiar- "es una obra de ficción, una recreación imaginaria de un período de la historia de Belalcázar".

Otro de los elementos estructurantes fundamentales, los personajes, presenta también destreza y solidez compositiva. Elvira es uno de los más interesantes; es quien sufre todo el conflicto central, su muerte ocurre sólo cuando éste ya se ha resuelto, de manera que vive el esquema “orden alterado orden restituido” propio de las comedias barrocas. Finge ser una mujer fuerte en su papel de cabeza de una familia noble prácticamente deshecha económica y socialmente por culpa de su marido, ya que al final nos confiesa su debilidad. El personaje de Alfonso es también muy interesante porque su fracaso es consecuencia directa de la deshonra de su padre. Reproduce su despotismo, llegando a un nivel de desequilibrio mental que no existía en la mente fría y calculadora de aquél. Completando la saga, Guzmán se presenta como “el salvador”, que acaba con la angustia que arrastraba la familia desde la traición de su abuelo. El resto de personajes son secundarios, y muchos meros figurantes, como hemos dicho.

El espacio escénico presenta un juego muy conseguido con la variedad de los escenarios (escenario A, escenario B, proscenio, escenario alto). Las cuidadas acotaciones escénicas nos revelan que el autor conoce y domina los recursos escénicos puestos en juego. En primer lugar, el escenario alto se emplea siempre para el Coro de Mancebas -marcando un especio concreto destinado a una acción secundaria- o para algunas apariciones –que también marca un espacio distinto del de la acción principal. Por otro lado, la alternancia entre los escenarios A y B se marca perfectamente mediante el juego de luces, indicando también cuándo son simultáneos y cuando pasamos a un lugar diferente. El uso de la penumbra y las luces mágicas sirve para crear situaciones irreales que se producen en la mente de los personajes; en este sentido, es muy ilustrativa una de las escenas finales en la que aparece Panigua ya muerto. En último lugar, también el proscenio cumple un papel importante en dos ocasiones, estableciendo una separación o un paréntesis en el desarrollo de la acción –Cola María Bazurto se dirige al público con la conciencia de que son espectadores- o sirviendo para incluirlos dentro de la misma y considerarlos, por tanto, personajes –arenga militar de Álvaro. Este juego escenográfico de escenarios y luces controla asimismo a la perfección las numerosas entradas y salidas de los actores.

En los cambios de lugar y de decorado, podemos destacar, entre otras, dos escenas significativas por la riqueza visual que generarían su representación en un espacio amplio y abierto: en primer lugar, la llegada de la comitiva de don Juan de Sotomayor a caballo y la salida de ésta tras terminar esta escena; y en segundo, la de la arenga que este II conde de Belalcázar hace al público como si fueran sus soldados, junto con el romancillo del coro de mozas que introduciría la música. Como decimos, posibilitan un gran montaje escénico por la cantidad de personajes implicados y la mezcla de sentidos; así, en la comitiva militar aparecen cuatro abanderados con los pendones de Castilla, Belalcázar, Sotomayor y Stúñiga y soldados a caballo y a pie, además del código auditivo de la música de tambores, trompetas e incluso música grabada, y el visual del decorado y el vestuario. Por su parte, el espacio dramático recrea imaginariamente hechos sucedidos en Alcántara, La Deleitosa, y, sobre todo, en Belalcázar, lo que también da juego a esta puesta en escena.

Pasando al tiempo dramático, y dejando el concepto de tiempo escénico que alude a la duración de la representación –cosa que desconocemos-, nos situamos en el siguiente marco histórico: en 1444 Juan II concedió la villa a sus vecinos y la jurisdicción a Gutierre de Sotomayor, maestre de la orden de Alcántara, dando comienzo el señorío de Belalcázar, que conseguiría en 1475 el título condal. En esa época dicho condado era extenso y estaba formado por los territorios de Badajoz y Córdoba e incluía varios pueblos como Hinojosa del Duque o Villanueva del Duque. El condado se mantuvo en prosperidad en los siglos XV y XVI, en parte debido a la fusión con el ducado de Béjar en 1518, tras el matrimonio de don Francisco de Sotomayor con Doña Teresa de Zúñiga. Por tanto, la acción transcurre entre 1432 y 1483, si bien no de forma lineal, sino a través de un juego temporal muy interesante de prolepsis y analepsis y situaciones intemporales –fuera de la acción o en la mente de los personajes- que dota a la obra de una gran viveza y movimiento.

La división externa juega con dos posibilidades si la consideramos una trilogía en dieciocho escenas ("El Maestre" (I-VI), "El Halcón" (VII-X), "La Columna" (XI-XVII): se puede representar –como indica expresamente el autor- cada una por sí sola o las tres en este orden. Es cierto que cada parte tiene la unidad suficiente para representarse sola, pero indudablemente hay una evolución y un conocimiento de los personajes por parte del lector/espectador que cobra una mayor dimensión en la lectura/representación secuencial de la misma, como le ocurre al personaje de doña Elvira o al de don Gutierre. Además, si nos damos cuenta, siempre hay un elemento que engancha una parte con otra, de manera que la tensión dramática se mantiene a la perfección.

Esta estructura nos recuerda la de las comedias nuevas porque podría equivaler a los tres actos y porque cada una de ellas se organiza en torno al número tres, como vamos a ver de forma somera en el siguiente análisis de las secuencias dramáticas.

La primera de las partes,“El Maestre”, gira en torno a la figura de don Gutierre de Guzmán, Maestre de la orden de Alcántara. Tiene una estructura cíclica organizada en tres secuencias. La primera (dos escenas) nos sitúa en el presente y nos informa sobre la crueldad del maestre y nos sirve el clima de tragedia. La segunda secuencia es una analepsis hacia ese pasado del maestre (tres escenas). La última (una escena), nos vuelve al presente y vemos a un Maestre arrepentido y con cierta esperanza.

“El Halcón” se compone de una secuencia de cuatro escenas alrededor de la figura de Alfonso, aunque tiene tres tramas clarísimas: situación inicial en la que se nos habla de la boda de ambos, conflicto interior de Alfonso y desenlace fatal con su muerte.

Finalmente, en “La Columna” es Gutierre el protagonista de la saga familiar del Maestre –aunque, como hemos dicho, el protagonismo de Elvira desde su aparición como mediadora es evidente. Han trascurrido doce años desde la muerte de Alfonso. Supone la restitución del orden en tres planos que equivalen a tres secuencias: el plano político y social (una escena), el plano religioso (cuatro escenas) y el plano interior de los personajes, especialmente de Elvira (tres escenas).

Como vemos, aunque el esquema es similar al de las comedias nuevas, no hay un desenlace tan rápido y hay una mayor profundidad psicológica de los personajes debida a los tintes de tragedia que también tiene la obra.

Garantizado, sin lugar a dudas, el disfrute del pueblo con esta obra, también lo está el de la difusión del legado histórico de un pueblo que, si examinamos su patrimonio cultural y artístico, nos damos cuenta del extraordinario fondo que posee para -como en este caso- hacer las delicias de cualquier artista. La gran variedad que presenta se debe, en parte, a la diversidad de civilizaciones que a lo largo de la historia se han asentado en la región (iberos, romanos, musulmanes, cristianos, etc...). Entre sus monumentos y construcciones más interesantes destaca uno de los “protagonistas” de esta: el castillo de los Sotomayor y Zúñiga o castillo de Belalcázar, que es la construcción más espectacular de la población y su emblema. La torre del homenaje -desde la que quería soltar los halcones el personaje de don Alfonso- impresiona por su tamaño y destaca por el escudo de los Sotomayor. Otras siete grandes torres de granito acompañan esta colosal fortaleza. Belalcázar nos envuelve con el medievalismo de construcciones religiosas y civiles, como el mayor y más bello convento de Córdoba, el de Santa Clara de la Columna, que se encuentra a la salida del pueblo y fue fundado por nuestra protagonista, Doña Elvira de Zúñiga, en el año 1476, regentado al principio y durante 13 años por los frailes franciscanos, los mismos con los que se va otra de las figuras principales de la obra y que la religión hará llamar Juan de la Puebla.

Por todo lo mencionado, esta obra dramática se presenta -coincidiendo con el objetivo que para ella señalaba Vicente Torrico- especialmente apta para su representación en el pueblo, en el escenario abierto y genuino de Belalcázar. Y hasta tal punto es así que, por los rasgos analizados -la cantidad de personajes, la escenografía, el componente lírico o la base histórica-, se incluye en esta serie de representaciones locales que encuentran modelos en las obras de los Siglos de Oro y cuyos frutos se aprecian en el éxito de piezas actuales como La vaquera de la Finojosa. Deseamos para Belalcázar. El Halcón y la Columna la misma suerte que la de aquélla.

MARÍA REY CARMONA

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